En los últimos años, el planeta ha experimentado un aumento sostenido y alarmante de las temperaturas globales. De acuerdo con un informe publicado en enero de 2024 por el Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S) de la Unión Europea, el año 2024 se consolidó como el más cálido registrado desde que se tienen datos históricos, y el primero en superar el umbral de 1.5 °C de incremento respecto a los niveles preindustriales. Este fenómeno, enmarcado en la actual crisis climática, plantea una pregunta fundamental: ¿cuál es el papel de la actividad humana en este proceso?
Diversas organizaciones científicas, entre ellas la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) y el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), han abordado esta cuestión mediante estudios sistemáticos. Ambas entidades coinciden en que, aunque el clima terrestre ha atravesado múltiples transformaciones a lo largo de su historia, el calentamiento actual se manifiesta a un ritmo sin precedentes en los últimos diez milenios. El IPCC afirma que “desde el comienzo de las evaluaciones científicas sistemáticas en la década de 1970, la influencia de la actividad humana en el calentamiento del sistema climático ha pasado de ser una teoría a un hecho establecido”.
La evidencia empírica que sustenta esta afirmación proviene de una combinación de fuentes paleoclimáticas como los núcleos de hielo, anillos de árboles, sedimentos oceánicos y rocas sedimentarias, así como de tecnologías modernas como la observación satelital. En conjunto, estas fuentes permiten identificar con claridad los signos de un clima en transformación y diferenciar los cambios actuales de aquellos provocados por causas naturales en el pasado.
Según la NASA, existen al menos nueve indicadores fundamentales que demuestran el calentamiento global y la influencia antrópica en dicho fenómeno:
- Incremento de la temperatura global: La mayor parte del calentamiento ha ocurrido en las últimas cuatro décadas, con registros sistemáticos que evidencian una aceleración en la tendencia ascendente.
- Calentamiento oceánico: Los océanos han absorbido una porción significativa del exceso de calor, registrando un aumento promedio de 0.33 °C desde 1969.
- Reducción de las capas de hielo: Tanto Groenlandia como la Antártida han perdido masa de manera sostenida. Entre 1993 y 2019, Groenlandia perdió un promedio anual de 279.000 millones de toneladas de hielo.
- Retroceso de los glaciares: Este fenómeno ha sido documentado en regiones como los Alpes, el Himalaya, los Andes, las Montañas Rocosas, Alaska y diversas zonas de África.
- Disminución de la capa de nieve: Datos satelitales muestran una reducción significativa de la cobertura de nieve en primavera en el hemisferio norte durante las últimas cinco décadas, así como una tendencia a su derretimiento anticipado.
- Elevación del nivel del mar: El nivel del mar ha aumentado aproximadamente 20 centímetros en el último siglo, duplicándose el ritmo de ascenso en las últimas dos décadas en comparación con el siglo XX.
- Desaparición del hielo marino en el Ártico: Tanto la extensión como el grosor del hielo marino han disminuido rápidamente desde finales del siglo XX.
- Aumento de fenómenos meteorológicos extremos: Se ha registrado una mayor frecuencia e intensidad de eventos extremos, tales como olas de calor, precipitaciones intensas, tornados y sequías prolongadas.
- Acidificación oceánica: Desde el inicio de la Revolución Industrial, la acidez de las aguas superficiales ha aumentado en un 30 %, lo cual se atribuye a la absorción de dióxido de carbono antropogénico por los océanos.
Aunque el clima terrestre ha atravesado múltiples ciclos naturales —incluidos ocho grandes periodos climáticos durante los últimos 800.000 años—, el ritmo y la magnitud del calentamiento actual no tienen precedentes. El final de la última glaciación, hace aproximadamente 11.700 años, marcó el inicio del actual periodo interglaciar y el desarrollo de la civilización humana. Sin embargo, las variaciones climáticas naturales observadas antes del siglo XIX estuvieron principalmente asociadas a factores orbitales, y no a procesos antropogénicos como ocurre en la actualidad.
La evidencia científica sugiere que el dióxido de carbono generado por la actividad humana se está acumulando en la atmósfera a un ritmo 250 veces superior al observado tras la última Edad de Hielo. Esta energía adicional ha provocado alteraciones rápidas y generalizadas en la atmósfera, los océanos, la criosfera y la biosfera. Las pruebas paleoclimáticas, como los núcleos de hielo extraídos de Groenlandia y la Antártida, confirman que el clima responde directamente a los cambios en los niveles de gases de efecto invernadero.
Ante esta situación, mitigar el calentamiento global —incluso en fracciones mínimas— resulta crucial para preservar la vida en el planeta. Las proyecciones indican que los impactos afectan directamente a millones de personas, además de poner en riesgo de extinción a numerosas especies animales y vegetales.